martes, 15 de junio de 2010

J.M. Serrat A Orillas del Mar

De la misma manera que un autor se identifica con su obra el destinatario se integra en el paisaje descrito que propone éste. Se hace cómplice de la vivencia o imagen allí plasmada y así la eternidad de la obra está asegurada. Es tan fácil decirlo como difícil conseguirlo.

Juan Manuel Serrat es uno de esos raros intérpretes con la facultad de la cercanía, del tú a tú, del diálogo espontáneo, de la extraña comunión entre una canción y la vida misma palabra a palabra, renglón a renglón, nota a nota.

La inmediatez de sus textos -propios o prestados-, la sencillez de sus músicas y la vibrante conjunción del fraseo le dispone a uno en medio de una escena cotidiana, cercana, vívida, extrañamente personal e intransferible. No es necesario haber estado en ninguno de esos escenarios para sentirlos propios.

Y es así y de ninguna otra forma como soy capaz de acceder a tamaña figura de la música popular española. Desde la vivencia heredada antes de que por su propio pie ésta llegue a mí. Como un faro que ilumina el camino o sencillamente deslumbra. Porque de todo hay en la viña noble y rica de un narrador incansable del alma en toda su complejidad pero sencilla emoción.

De esta forma lo sentí la primera vez que tuve entre mis manos la Obra Maestra de este catalán convencido de su raíces que le costaron años de persecución y censura en su propia patria y el desdén de los pro-patriotas de bolsillo y plástico. Me refiero a Mediterráneo (1971).


No trato de hacer un panegírico técnico ni siquiera una sesuda teoría formulada en torno a la ubicación social del disco en cuestión. No. Sólo una exposición de las historias costumbristas en forma de canción que han perdurado en el tiempo, con las que hemos crecido nuestra generación y que aún sentimos tan cercanas por inolvidables, para bien o para mal. Allá cada cual.

Un disco que se deja escuchar fácil, con la necesaria orquestación de Juan Carlos Calderón omnipresente en aquella época y con la ya por entonces evocadora forma de cantar y contar de un Serrat repleto de motivos e historias para hacerlo.

Historias que son las que son en el momento en que son. Y no es un juego de palabras. Pero que al margen de ello siguen arañando el alma, predisponiendo el ánimo o acariciando el rostro como la fina lluvia de una mañana de primavera...

Desde la declaración de identidad y principios de la laureada copla que abre y da título al disco hasta el rumbo incierto de Barquito de Papel; desde el alma errante de Vagabundear al destino anhelado a bordo de los primeros brazos que comparten corazón y vida de La Mujer Que Yo Quiero; desde el retrato bohemio del Tío Alberto -personaje que existió en la vida real- a la evocadora y quizá más personal letra de Aquellas Pequeñas Cosas; o la cruda realidad costumbrista del decadente Pueblo Blanco...

Es una auténtica joya del cancionero a manos del gran Joan Manuel Serrat. Él compuso toda la música y las letras a excepción de un invitado de lujo como no podía ser de otra manera, nada menos que el poeta León Felipe con el poema Vencidos que cierra un disco enorme escrito a orillas del mar entre Girona, Gipúzcoa y Mallorca que ahora arribo a tu playa.






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