martes, 18 de mayo de 2010

El Placer de Cantar


Dice un proverbio oriental que si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. Y no le falta su cuota de verdad al dicho, que para esto de la filosofía aplicada al alma humana estos chicos que crecen como la espuma allá por el Oriente saben un poco.

Esto aplicado a la música tiene su aquel. Sí, porque la técnica que hoy en día se utiliza en el estudio de grabación o mismamente en una sala de conciertos con unidades móviles que más que itinerantes son mastodónticas infraestructuras sónicas ancladas al lugar en cuestión... como que no terminan de dar el 'do' de pecho.

Me refiero a que todo se esconde tras magníficas, impolutas e impecables grabaciones digitales con una excelencia cuántica binaria que el tipo del chelo cuando hace su solo pareciera que te respirara cerca del oído. Bien, muy bonito todo... pero demasiado limpio, sin emoción. No digo yo que se graben las cosas a la antigua usanza bajo bóveda y una sola toma, no. Pero sí un poco de naturalidad por favor.

Me ha pasado con el último trabajo por ahora de la canadiense Celine Dion que después de nueve largos años ha vuelto a los escenarios colgando el no hay billetes. La ocasión lo merece y ahí va el derroche de medios y multimedia. Disco CD incluido, más DVD y tres horas de un documental tipo séptimo arte donde se muestra a la diva delante y detrás del micro.

Celine tiene una voz portentosa. No la voy yo a descubrir ahora. Pero a veces los árboles no nos dejan ver el bosque. Echo en falta, de verdad, además de a mi amor, pero ese es ya otro tema, la sencillez y candidez de los primeros años de cualquiera que se precie en esto de la música.

Deja a un lado el histrionismo neosónico y disfruta un ratito de una voz dulce y en francés de la Dion en un incunable. Billy se llama. Y como de sencillez va la cosa no añado nada más. Ahí te lo dejo.


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